25 marzo, 2019

¿Cómo nacieron las puertas de seguridad?

La historia de evolución de las puertas, que combina cultura y la necesidad fundamental de protección de los hombres.

Las puertas, más aún si se trata de puertas de seguridad, nacen a partir de dos conceptos: protección y cultura. Cuando los seres humanos eran nómades, construían refugios temporales que los ampararan del clima y de los animales salvajes. Con la aparición de las primeras comunidades sedentarias, surgen, también, construcciones más sólidas y resistentes. Entonces, los miembros de la población comienzan a pensar en la seguridad que deben conferirles a sus hijos, a sus animales y a sus pertenencias.

Las construcciones primitivas contaban con un hueco que garantizaba el acceso de los habitantes, además de aire y luz. Por ser tanto resistente como ligera; accesible, y fácil de labrar, la madera era el material más idóneo. Hasta el momento, la puerta era un elemento únicamente funcional.

Aproximadamente 4.000 años a. C., aparecen los primeros usos de la cerradura. Aunque se cree que fue inventada en China; se popularizó en Egipto, en Grecia y en la Mesopotamia. Al principio, se trataba de un mecanismo rudimentario: una barra que se desplazaba desde la puerta y se incrustaba en la jamba -el marco- para evitar que fuese abierta desde fuera.

El Imperio romano, además de ser haber sido una potencia política y militar durante siglos, también fue reconocido por su elevado desarrollo en técnicas de ingeniería y de manufactura. Entre otras conquistas, los romanos consiguieron crear un juego de llave y de cerradura hecho completamente de metal. A su vez, redujeron su tamaño, ya que las llaves que habían inventado los griegos y los egipcios eran enormes y poco prácticas. No obstante, lo más destacado que fabricaron fueron las puertas plafonadas. Los plafones -recuadros de madera que se colocaban sobre la lámina de madera que era la puerta inicialmente-, marcaron un hito en la historia de la puerta, por su aspecto estético, sin dejar de ser económicos. Hasta el día de hoy las puertas plafonadas subsisten en varios lugares.

Las casas de las personas con mayor poder social y económico, tenían dos entradas: una puerta exterior más robusta, que daba paso a un zaguán o a una pequeña sala, y una interna, más estética, por la cual se accedía a los espacios interiores de la casa. Dicha puerta externa, luego, evolucionó en rejas abiertas, con jardines, y mucho tiempo después, en las rejas de seguridad que conocemos actualmente.

Más adelante, se hicieron famosas las puertas tachonadas. Eran puertas con láminas rectangulares de madera, perforadas por clavos de cabeza ancha. Una vez más, se procuraba el equilibrio entre seguridad y estética. Castillos medievales y monasterios lucieron este tipo de puertas durante mucho tiempo. A la par de estos avances, las cerraduras se hacían cada vez más seguras; habían incorporado mecanismos de ranuras y extensiones combinadas entre la llave y la puerta, que garantizaban mayor resistencia contra intentos de robo.

En el Renacimiento, el valor estético de las puertas pasó a ser central, y se consolidaron como representantes del estatus social. Surgieron, entonces, las puertas apeinazadas: eran puertas de madera, con detalles muy elaborados, que se tallaban o se torneaban en láminas de madera sobrepuestas a la plancha principal. Con el Barroco, los peinazos de complejizaron: de simples tramas rectangulares pasaron a ser elaborados ensambles de lacería, de influencia árabe. Luego, esta puerta se llamó puerta castellana. La cual requería alta maestría para poder resolver la profusión de complicados ensambles entre sus partes.

Los nuevos movimientos artísticos de principios del siglo XX, como el Modernismo, pretendieron recuperar la carpintería tradicional de madera de carácter artesanal. Sin embargo, la industrialización y la producción masiva de la posguerra, pusieron fin a los excesos culturales y moderaron los diseños. Solo el Art Decó de la Belle Epoque de los años 20 rescató el estilo eminentemente decorativo de las puertas.

En los años 30, asomó el racionalismo, caracterizado por vincularse al proceso de industrialización de los elementos de construcción. Gracias al desarrollo del tablero contrachapado, nació la puerta plana, pero se impuso recién en los años 50, momento en que las ideas del racionalismo cristalizaron en el llamado Estilo Internacional. Mientras tanto, la puerta plafonada se siguió realizando de manera tradicional, con sistemas más mecanizados, pero terminó cayendo en desuso por su imposibilidad de competir frente a sistemas más industrializados. En todos estos estilos, la puerta plafonada mantenía su estructura, siendo el bastidor o el plafón el que recibía la ornamentación, naturalista o geométrica, según cada moda.

En este contexto, se desarrollaron las puertas de seguridad como las conocemos hoy. Estaban elaboradas con láminas de acero internas, para conferir seguridad y se revestían con madera, para preservar la apariencia que las puertas habían exhibido durante más de cuatro milenios.

En el siglo XX, las fábricas de puertas tuvieron que dar respuesta a la necesidad de los clientes de protegerse frente a la creciente ola de delitos. Así, surgieron las puertas y las rejas de seguridad que, gracias a tantos siglos de experiencia y de aprendizajes, hoy están diseñadas para garantizar máxima seguridad sin resignar estilo.

Fuentes:
https://infomadera.net/uploads/articulos/archivo_4009_12155.pdf
https://infomadera.net/uploads/articulos/archivo_4009_12155.pdf